02. ¡Págame lo que me debes!


¿HA OÍDO USTED hablar del ping pong conyugal? En su libro Healing for Damaged Emotions [Sanidad para las emociones lastimadas], David Seamands usa esta figura para ilustrar la actitud de una pareja que fue a visitarlo en busca de asesoría matrimonial. Durante sus quince años de peleas conyugales habían logrado perfeccionar las más depuradas técnicas alternadas de ataque y defensa, y ahí estaban exhibiéndolas, ante la mirada perpleja del consejero matrimonial: mientras uno hacía ping, el otro contestaba pong. Ataque y defensa, defensa y ataque: ping, pong; ping, pong…
¿Y de qué se acusaban? Ambos se sentían defraudados. Ella se había enamorado de él por su capacidad de liderazgo, su disciplina y su espíritu de trabajo. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que su esposo era indeciso, indisciplinado y flojo.
Las cosas, sin embargo, no eran muy diferentes desde la perspectiva del marido. Él se había casado con ella por su atractivo físico, su pulcritud y su capacidad de ordenar todas las cosas a su alrededor. Su chasco fue enorme al descubrir, con el paso del tiempo, que era descuidada con su apariencia y desordenada.
El fuego cruzado de promesas incumplidas los asemejaba a dos personas que se quieren cobrar supuestas deudas de forma compulsiva. En efecto, cada uno parecía estar agarrando al otro por el cuello, mientras le decía: “¡Me engañaste, sinvergüenza! ¡Págame lo que me debes! ¡Cumple lo que me prometiste durante el noviazgo!”


¿Cómo calificaría usted la actitud de aquellos cónyuges? ¿Era razonable que se culparan mutuamente por no “cumplir con las expectativas”? ¿Tenía cada uno derecho a exigir al otro lo que nunca se prometió, o lo que cada cual esperaba recibir por el solo hecho de contraer matrimonio? En otras palabras, ¿qué podemos, razonablemente, esperar, o no esperar del matrimonio, de modo que no pasemos la vida agarrando a nuestro cónyuge por el cuello mientras le reclamamos “¡Págame lo que me debes!”?
La respuesta, por supuesto, es depende. Todo ser humano tiene derecho a esperar lo bueno de la vida, de las amistades, del matrimonio, del trabajo… siempre y cuando eso que espera sea razonable. El problema es que, cuando de expectativas se trata, especialmente de las nuestras, no siempre actuamos razonablemente.






En todo caso, este asunto de las expectativas es el tema de este capítulo. Ya sea que en su vida conyugal el nivel de frustración esté aumentando peligrosamente o no, lea con atención lo que sigue porque, en el matrimonio, las expectativas lo afectan todo.


Las expectativas: “el equipaje psicológico”
“Equipaje psicológico”: Así llama Aaron Beck, fundador de la terapia cognitiva, a la carga de expectativas que todo el que se casa lleva al matrimonio. Un equipaje que, aceptémoslo o no, pesa por dos razones principales, entre muchas que se pueden nombrar.
• La primera y más obvia es que esperamos más de los seres más cercanos. A mayor el grado de  intimidad en una relación, mayor también el grado de frustración si esa persona nos chasquea. Cuando un vecino, o un colega, actúa “por debajo” de nuestras expectativas, simplemente tendemos a esperar menos de esa persona en el futuro; o, dependiendo del grado de frustración, nos distanciamos de ella. No así cuando quien falla es el padre, la madre, el mejor amigo, ¡o el cónyuge!
• La segunda razón guarda una estrecha relación con la primera. A diferencia de las expectativas que tejemos alrededor de otras relaciones interpersonales, las que traemos al matrimonio tienen la propiedad particular de ser más inflexibles. Lo que esto significa es que, aunque nuestro cónyuge nos desilusione, este hecho no nos hace bajar las expectativas. ¿Por qué? Basta recordar la historia de los dos cobradores con la cual iniciamos este capítulo: Creemos tener derecho a lo que se nos prometió cuando nos casamos, aunque algunas de esas “promesas” hayan existido solo en nuestra imaginación.
¿Cuán pesado es “el equipaje psicológico” que usted llevó a su matrimonio? Con el paso de los años, ¿el peso del mismo ha disminuido o, por el contrario, ha aumentado?
Si ha aumentado, muy probablemente se deba a que, desde su perspectiva, su pareja no ha satisfecho algunas de sus grandes expectativas. Y, por supuesto, para conocer el tamaño de su frustración solo tiene que observar la brecha entre lo que usted esperaba de su matrimonio y lo que cree estar recibiendo ahora mismo.
Lo que esperaba es el equipaje psicológico: los principios, los valores y las expectativas que usted trajo a su matrimonio (es decir, cómo deberían ser las cosas). Lo que cree estar recibiendo de su pareja ahora mismo es la realidad (cómo son las cosas, desde su punto de vista). Cuando admitimos que tenemos un problema en nuestro matrimonio, lo que estamos afirmando es que las cosas no están marchando como deberían. O sea, no están marchando como nosotros creemos que deberían marchar. De nuevo, son las expectativas las que colorean nuestro juicio.
¿Cuán pesado es su “equipaje”? La información que sigue puede ayudar a detectar dónde está el sobrepeso.
Expectativas que provocan un exceso de equipaje:
1. Un matrimonio perfecto
Con sobrada razón algunos investigadores sociales califican a este mito como el más destructivo de todos. ¿De dónde ha salido la idea de rodear al matrimonio, o a ser humano alguno, con un aura de perfección?
La pareja ideal sencillamente no existe, como tampoco existe el matrimonio ideal. Pero muchas, quizás demasiadas, son las parejas que llegan al matrimonio esperando lo que es imposible conseguir en este mundo imperfecto en el que vivimos.
Lewis Smedes expresó esta realidad en los términos más contundentes:
“Nadie se casa exactamente con la persona ideal; cada uno se casa con la persona que es más o menos la adecuada. Todos somos imperfectos. Y si aceptamos este lamentable, pero estimulante hecho de la vida, entonces estaremos listos para crecer verdaderamente [...]. No favorecemos en absoluto nuestro crecimiento personal mientras seguimos acariciando la fantasía de la mujer ideal, o del hombre ideal. Crecemos cuando renovamos constantemente nuestro compromiso con la pareja que tenemos”
Me gusta especialmente la última parte de la cita: el crecimiento, el desarrollo, de la relación conyugal solo se produce cuando cada día tratamos de mejorar el matrimonio que tenemos, con el cónyuge que tenemos poniendo a un lado las fantasías propias de cuentos de hadas.
2. Un matrimonio libre de conflictos
Este punto es tan importante que dedicaremos los próximos dos capítulos al tema del conflicto matrimonial. Por ahora basta decir que en una relación tan íntima como el matrimonio —en realidad, la más íntima— es totalmente imposible evitar los desacuerdos y los conflictos. Se puede decir, sin exagerar, que todo matrimonio necesita cierta dosis de conflicto para crecer.
De hecho, algunos autores afirman que pelear y reconciliarse son señales distintivas de la verdadera intimidad; y que el dolor del conflicto es el precio que toda pareja debe pagar si quiere que su relación sea verdadera y duradera. Esta es otra manera de decir que hay razones para mirar con sospecha a esos matrimonios donde los esposos ya ni siquiera pelean.



3. Un matrimonio donde el fuego de la pasión nunca se apague
La referencia aquí es a la pasión física, sexual, tan prominente en la primera etapa de la vida matrimonial. Aparte de algunos guiones de Hollywood, de la mayoría de las telenovelas, y de las fantasías que alimentan muchas parejas jóvenes, difícilmente usted va a encontrar base para sostener que la pasión inicial de los recién casados va a ser permanente.
Bastan unos años de matrimonio para darse cuenta de que no existe tal cosa; y, más importante aún, para darse cuenta que ninguna pareja debiera sustentar su relación únicamente sobre la base de la satisfacción sexual.
¿Es importante la relación sexual? ¡Seguro que sí! Pero asegúrese de que esté edificada sobre la base del amor incondicional, como veremos en el capítulo 10.
4. Un matrimonio compatible
Esta es la creencia de los cónyuges que esperan la satisfacción en el matrimonio por el solo hecho de que se parecen en muchos aspectos. Pero las investigaciones indican que la compatibilidad, por sí sola, no es suficiente: La satisfacción matrimonial está directamente relacionada con la manera como la pareja maneja el conflicto. Si esto es cierto, cabe preguntarse entonces: la causa fundamental de la separación de muchas parejas, ¿habrá sido por falta de compatibilidad o por falta de voluntad para resolver sus diferencias? ¿Y cómo explicar que tantas parejas, diferentes en un sinnúmero de aspectos, todavía disfrutan de su unión? Me gusta la forma como Paul Tournier, notable médico y consejero suizo, responde a estas interrogantes:
“La así llamada incompatibilidad es un mito inventado por los juristas carentes de argumentos para poder justificar los divorcios [...]. La incompatibilidad emocional no existe. Lo que sí existen son los malos entendidos y los errores, pero estos se pueden corregir cuando existe la voluntad para hacerlo”.
¿Seguiremos “culpando” a la incompatibilidad por nuestros problemas conyugales? ¿O finalmente decidiremos enfrentar nuestras diferencias con la voluntad y la madurez necesarias para resolver los problemas que tienen solución?
5. Un matrimonio en el cual el cónyuge nunca cambie
Este mito tiene su base en otro, el de creer haber encontrado la pareja ideal. Una vez que creemos haber encontrado a esa persona ideal, entonces nos esforzamos para que no cambie (lo cual, por supuesto, es imposible). Y cuando cambia, sobreviene la queja: “¡Oh, cuánto has cambiado!
¡Esta no es la mujer (el hombre) de quien me enamoré hace veinte años!” ¿Y qué esperaba usted, que en veinte años (o los que sean que haya estado usted casado) su cónyuge no cambiara? La realidad de la vida es, en este aspecto, muy sencilla: las personas cambian. Y a medida que la gente cambia, también cambian los matrimonios.
Y es bueno que así sea, porque el estancamiento, tanto en la vida personal como en la matrimonial, significa muerte.


¿Qué hacer con las expectativas?
Básicamente, hay que saber manejarlas. Precisamente, este es uno de los rasgos distintivos de las parejas felizmente casadas.
¿De qué manera específica estas parejas han logrado manejar sus expectativas? ¿Y cómo puede usted también deshacerse del pesado equipaje que ocasionan las expectativas irrazonables? Lo que sigue a continuación presentan recomendaciones prácticas de Howard Markman, Scott Stanley y Susan Blumberg.
En el fondo, como veremos más adelante, es cuestión de abandonar viejas actitudes.


Una “receta” sencilla para manejar

las expectativas.


En su libro Fighting for your marriage8 [En defensa de tu matrimonio], Howard Markman, Scott Stanley y Susan Blumberg, categóricamente afirman que las expectativas pueden, o bien ser la causa de enorme frustración, o de profunda satisfacción en la vida conyugal. Para que sean motivo de acercamiento, y no de distanciamiento, recomiendan a los esposos una receta con cuatro ingredientes:


  • Estén conscientes de lo que esperan. Algunas expectativas son tan obvias que ni siquiera nos  percatamos de que son parte de nuestro “equipaje” psicológico. Una manera efectiva de reconocer esas expectativas ocultas es por medio de la frustración. Cada vez que uno sienta que su cónyuge lo chasquea, pregúntese “¿Qué esperaba yo de él o de ella?”.
  • Sean razonables. ¿Es razonable esperar estar siempre de acuerdo? ¿Esperar que no haya momentos de “privacidad”? ¿Estar siempre disponible para la intimidad sexual? Si este es el caso, están sembrando para cosechar conflictos innecesarios.
  • Sean específicos. Díganse claramente qué es lo que esperan de su matrimonio en las áreas afectiva,  sexual, social, intelectual y espiritual. No espere que su cónyuge “lea su mente”. No suponga que el otro ya lo sabe.

  • Estén dispuestos a complacerse. Sean complacientes como lo eran durante los días de su noviazgo, o durante los primeros años de su relación. Esto equivale, sencillamente, a tratar de agradar al ser amado, especialmente en los aspectos de la vida matrimonial que son muy significativos para esa persona.
Un plan en tres pasos.
Hay que manejarlas bien. Scott Stanley, uno de los investigadores líderes en el campo de la vida matrimonial, recomienda un plan sencillo pero muy útil para deshacerse del equipaje psicológico que está dañando nuestros matrimonios, sin que en el proceso eliminemos lo que sí debemos conservar.
  • Primero. Identifique sus grandes expectativas para el matrimonio. ¿Qué soñó lograr al casarse? Cuáles de esos sueños se han cumplido y cuáles no? Si ahora mismo experimenta frustración en algún aspecto importante de su matrimonio, muy probablemente se deba a que algunos de sus grandes sueños no se están cumpliendo. Identifíquelos. Póngales nombre.
  • Segundo. Determine cuáles son razonables. Si esperaba un matrimonio libre de conflictos, donde el romance no conociera fin; un cónyuge dechado de virtudes, pues sencillamente usted sembró para cosechar desilusiones. Si, por el contrario, de su matrimonio esperaba la dicha, pero no libre de tristezas; la intimidad, pero no libre del distanciamiento; y la comunicación abierta, aunque no libre de momentos de silencio; entonces, asumiendo que está haciendo su parte para mejorar la relación, tiene derecho a esperar que sus expectativas se cumplan porque, simple y sencillamente, son razonables.
  • Tercero. Cambie las expectativas o cambie la situación. Si sus expectativas son razonables, algo está impidiendo que se cumplan. En tal caso, para que se cumplan, o bien hay que introducir cambios en la relación conyugal o, quizás el cambio debe empezar en usted. Pero si son irrazonables, debe cambiarlas, o, simplemente, enterrarlas, por muy doloroso que esto sea. La razón principal para sepultar esos sueños irrealizables la provee enfáticamente Walter Trobisch: “La primera lección que se debe aprender en el amor es enterrar los sueños, porque se convierten en obstáculos para lograr la felicidad [...]. El desafío que nos toca enfrentar es el mismo, sea que estemos casados o solteros: vivir una vida realizada a pesar de muchos sueños irrealizados”.

¡Basta de soñar!
¿Recuerda la historia con la cual iniciamos este capítulo? ¿La historia de aquella infeliz pareja en la que cuando uno hacía ping, el otro contestaba pong? Habían pasado  quince años tratando de cobrarse el uno al otro una deuda que ninguno podía pagar. Y no la podían pagar sencillamente porque la deuda existía solo en la imaginación de cada uno, como producto de sus expectativas.
Al igual que esta pareja, son muchos los esposos que hoy le atribuyen al matrimonio propiedades que no tiene: el idilio sempiterno, la felicidad a manos llenas, la satisfacción plena de todas las necesidades
Cuando se casan creen recibir algo así como una caja que solo basta con abrir para ser dueño de toda la felicidad que este mundo puede ofrecer. El problema con esta actitud es que del matrimonio no podemos sacar nada que antes no hayamos puesto en él. Como muy acertadamente lo expresa J. A. Petersen, el amor no está en el matrimonio; está en las personas. Y son las personas las que brindan amor (es decir, “lo meten en la caja”). Esto debe repetirse: No hay amor en el matrimonio. Tampoco hay felicidad. El amor que existirá en su matrimonio será el que usted pueda brindar a su cónyuge, y a su vez el que pueda recibir de él o ella. La medida de felicidad que usted y su cónyuge disfrutarán será la que ambos, con la ayuda de Dios, sean capaces de brindarse el uno al otro, a pesar del sinnúmero de obstáculos que deberán sortear a lo largo de sus vidas.

Su matrimonio nunca echará raíces profundas mientras usted alimente sueños que nunca se podrán cumplir. Por lo tanto, ¡libérese de la tiranía del perfeccionismo! ¡Abajo con la tiranía de las expectativas y los sueños irrealizables! ¡Basta de seguir soñando con el matrimonio perfecto, el esposo perfecto, la esposa perfecta! Dicho de otra manera, ¿por qué seguir cobrando deudas impagables? ¿Por qué no disfrutar de su matrimonio, a pesar de lo imperfecto que es? “No esperemos demasiado del amor”, escribe Dwight Small, “y quizás entonces amaremos de verdad […]. Dos imperfectos pueden disfrutar perfectamente de su unión a pesar de reconocer que la misma es imperfecta”.

“Abra sus manos y suelte…”
Hay por lo menos dos cosas buenas que ocurrirán a los esposos que se propongan dejar de cobrar esas viejas deudas que han arruinado su vida conyugal. La siguiente ilustración servirá para ilustrar el punto.
Es el caso de una ancianita que fue llevada de emergencia a un hospital psiquiátrico. Cuando la ingresaron estaba tan fuera de sí que las enfermeras tuvieron que quitar de su presencia todo lo que se pudiera lanzar porque en sus manos cualquier objeto se convertía en un proyectil. Es decir, todo… excepto algo que apretaba con fuerza en una de sus manos. ¿Qué escondía con tanto fervor? Se necesitaron dos hombres para saberlo. Era una moneda de muy poco valor. Pero se aferraba a ella con tanto fervor, como si de aquella monedita dependiera su propia vida.
La conducta de aquella anciana, ¿no ilustra acaso la actitud de muchas parejas que todavía siguen aferradas a sueños e ideales que sencillamente nunca se harán realidad? ¿Por qué no abrir la mano y soltar la moneda? ¿Por qué no soltar de una vez por todas el cuello del cónyuge a quien hemos estado cobrando una deuda irrazonable?
Al hacerlo, estaremos diciendo adiós al espejismo de un pasado fraudulento que insiste en prometer lo que no puede cumplir. Mejor aún, las manos abiertas estarán en condiciones de recibir un nuevo futuro. Un futuro que comenzará cuando usted y su cónyuge se convenzan de que su matrimonio será tan bueno, o tan malo, como ustedes mismos decidan que sea. A fin de cuentas, ¿qué es nuestro matrimonio, si no lo que nosotros hacemos de él cada día?
¿Cuál es el desafío?
El desafío consiste en reinventar” nuestromatrimonio, como lo expresara Sidney Jurard. Esto significa, básicamente, la destrucción de lo viejo: las viejas expectativas y exigencias; los sueños irrealizables. Una vez que lo viejo muere se produce el nacimiento de una nueva unión, algo así como un nuevo matrimonio, entre el mismo hombre y la misma mujer, sobre la base de expectativas más realistas.
No encuentro mejor manera de cerrar este capítulo que usando las palabras de uno de los mejores libros que he leído respecto al tema de la vida matrimonial. Considere, por favor, con suma atención los siguientes pensamientos, y decida reinventar su matrimonio; casarse de nuevo, ¡pero con su mismo cónyuge!
“Aunque se susciten dificultades, congojas y desalientos, no abriguen jamás ni el marido ni la mujer el  pensamiento de que su unión es un error o una decepción… Sigan teniendo uno para con otro los miramientos que se tenían al principio.
Aliéntense uno a otro en las luchas de la vida. Procure cada uno favorecer la felicidad del otro. Haya entre ellos amor mutuo y sopórtense uno a otro. Entonces el casamiento, en vez de ser la terminación del amor, será más bien su verdadero comienzo”.

Esta es otra manera de decir que la felicidad que usted y su cónyuge disfruten será la que ambos, con la ayuda de Dios, sean capaces de brindar uno al otro.
Todo lo demás es pura fantasía. Y si así son las cosas, suelte el cuello de su cónyuge. ¿Por qué seguirle cobrando deudas impagables?