05. El problema no siempre es el problema

SUSANA NUEVAMENTE está molesta con su esposo Richard. Juzgue usted si ella tiene o no razón para estarlo, según se desprende del siguiente relato del conocido autor y psicólogo Aaron Beck.
Richard está en un congreso médico en otra ciudad. Susana lo llama para avisarle que los niños están enfermos, con dolor de garganta y fiebre. Él la tranquiliza diciéndole que no se preocupe, porque eso no es nada serio, y que los niños se van a recuperar. Tratando de animarla, le promete llamarla al día siguiente, pero ella, medio molesta y en tono sarcástico, le responde que eso es lo menos que él puede hacer.
¿Debería Richard abandonar las reuniones para ir a casa a ver a los niños? ¿Tiene razón Susana al molestarse  ante la actitud de su esposo? Para responder con cierta medida de acierto, necesitaríamos más información porque, cuando de problemas conyugales se trata, con mucha frecuencia, el problema no siempre es el problema.
Pues el caso es que cuando se casaron, tal como ocurre con toda otra pareja, Richard y Susana trajeron al matrimonio su “equipaje psicológico” (¿recuerda lo que dijimos en el capítulo 1, sobre las expectativas?).
Susana había dejado su trabajo como maestra para apoyar a Richard en sus estudios de medicina y para dedicarse al hogar. Soñaba con una familia feliz en la que Richard, ya graduado, pudiera ayudarla en la crianza de los hijos y otras tareas del hogar.
En su “equipaje” se encontraban expectativas tales como: “Richard siempre me colocará, junto a los niños, en primer lugar”, “Mis necesidades serán tan obvias para él, que no tendré que pedirle que las supla”, y otras similares.
Él, por su parte, se veía a sí mismo como el proveedor de la familia; y veía a sus esposa como la ama de casa. Su equipaje psicológico se podía detectar con facilidad: “Susana respetará mi carrera y me apoyará en mi desarrollo profesional”. “Mi esposa se encargará de los niños y de las tareas propias del hogar”.
¿Quién tiene la razón?
¿Estamos ahora en mejor posición para decir de parte de quién está la razón? ¿O acaso la situación está más complicada? Pues la verdad es que, al añadir el ingrediente de las expectativas, pareciera estar más complicada. A ver qué piensa usted. ¿Cómo habría reaccionado Susana si Richard al menos hubiera mencionado la posibilidad de dejar la convención médica para ir a casa? Quizás ella se habría dado por satisfecha. ¿Y qué habría hecho Richard si, en lugar de ella insinuar que deseaba la presencia de su esposo en casa, se lo hubiera dicho claramente? Quizás él habría regresado inmediatamente. Quizás.
No sabemos exactamente qué habría ocurrido. Lo que sí sabemos es que el problema de fondo aquí, la situación que está afectando la relación conyugal, no es si Richard debe o no regresar a casa. Más allá de este “árbol” hay un todo un bosque muy tupido. En el fondo, Susana quiere tener la seguridad de que su esposo se preocupa por ella y por sus hijos; desea creer que ellos son la prioridad número uno en la agenda de Richard. Pero nada de eso está viendo en su actitud. Él, por su parte, quiere estar seguro que su esposa lo apoya en su trabajo; y que ella hará cuanto pueda para que él tenga éxito en un medio tan competitivo. Por eso se pregunta si de verdad es indispensable su regreso inmediato a casa.
¿Verdad que los conflictos conyugales no son tan simples como parecen? Por esta razón decimos que, en el ámbito matrimonial, usualmente “el problema no siempre es el problema”. No acepte con facilidad, amigo lector, la idea de que las causas de los conflictos conyugales son el dinero, el sexo, los suegros, la crianza de los hijos, etc. Estos son algo así como los detonantes. Por lo general, la pólvora está en otra parte.


Principios básicos de las relaciones interpersonales
En su libro The DNA of Relationships3 (El ADN de las relaciones), el conocido escritor Gary Smalley señala que Dios plantó en el corazón de cada miembro de la raza humana algo así como un código genético sin el cual nadie, hombre o mujer, puede desarrollarse plenamente. Es el código de las relaciones interpersonales, el contacto físico y emocional con quienes forman parte de nuestro mundo.
Según Smalley, ese “código genético” consta de tres principios básicos:
ü       Usted ha sido creado para relacionarse: con Dios, con otros, con usted mismo. Cada una de estas relaciones es en sí misma importante y, a su vez, todas se interrelacionan. Si una de estas esferas de relación falta, o se debilita, las otras sufren.
ü       Usted ha sido creado con la capacidad de escoger. Aunque las circunstancias y otras personas afectan sus decisiones, la verdad es que usted finalmente decide cómo actuará en cada situación de la vida. Por esta razón, no diga: “No tengo otra alternativa”. Cuando se trata de relaciones personales, usualmente hay otras alternativas.
ü      Usted ha sido creado para asumir responsabilidad por sus acciones. Siempre es más fácil culpar a otros cuando las relaciones personales marchan mal, pero un factor importante en el desarrollo del carácter es reconocer los errores cometidos y aprender de ellos. Quienes no aprenden de sus errores están condenados a repetirlos.


¿Y dónde está la pólvora?


Uno de los rasgos distintivos de las relaciones interpersonales es su carácter simbólico. En la medida que esa relación se torna más íntima, en esa misma medida también adquiere un carácter más simbólico. Lo que esto quiere decir es que, mientras más estrecha es la relación de dos personas, mayor es la probabilidad de que sus palabras, gestos y actitudes adquieran un significado más allá del literal y obvio, propio de ellos. Cada individuo trae al matrimonio su propia “cultura”, una amalgama, un mosaico, de creencias, principios y valores que colorean sus percepciones de la realidad. 

La vida conyugal es el prototipo de esta realidad. En el pequeño mundo de la vida matrimonial cada acto lleva en sí una carga de significado, una dosis emotiva, que puede pasar inadvertida con facilidad por terceros, pero no para los cónyuges. Un beso, o la ausencia de un beso, por pequeñito que sea; una caricia, o la falta de ella, por fugaz que ella sea; una broma, o la falta de ella, por trivial que parezca: cada acto trasmite al otro un significado simbólico: comunica afecto o indiferencia, aceptación o rechazo, respeto o desprecio. Repetimos: en ninguna otra relación nuestros actos están impregnados de mayor simbolismo que en el matrimonio. Prácticamente todo cuanto hacemos por nuestro cónyuge, o dejamos de hacer, pasa en última instancia por un filtro implacable: “¿Me amas?” Es cuando tomamos en cuenta este carácter simbólico de nuestros actos, que podemos explicar muchas de las reacciones “desproporcionadas” de nuestro cónyuge. “¿Qué hice”, preguntamos asombrados, “para que te molestaras tanto?” “Después de un día tan bonito en la playa, ¿qué pasó para que repentinamente cambiaras de actitud?”
Tres manojos de cilantro
Con o sin razón me he ganado ante mi esposa la fama de que soy muy “ahorrativo” (ella usa otra palabra).
Un día en el supermercado se me ocurrió hacer una broma que un buen amigo ya había practicado con su esposa, sin resultados negativos para él. La gracia consistió en que, mientras ella colocaba los alimentos en el carrito de compras, yo, sin que ella se diera cuenta, sacaba algunos. Mi intención se concentró en aquellos comestibles que consideré excesivos. Así, si ella colocaba en el carrito cuatro latas de guisantes, yo sacaba una, o dos. Todo parecía estar bajo control. Todo excepto un factor. A diferencia de otras ocasiones, esa vez mi esposa sabía muy bien cuánto había comprado de cada cosa.
Ya en la casa, escuché que me llamó en un tono nada amigable. Lo que sucedió después todavía está vívidamente grabado en mi mente. Nunca la había visto tan molesta. Bueno, decir molesta no es muy acertado. ¡Enardecida!
—Yo compré tres manojos de cilantro. ¿Dónde está el tercero?
—(Con aire de inocencia) ¿Compraste tres?
—Sí. Y cuatro aguacates. Aquí falta uno.
El tono de voz me aconsejó no seguir fingiendo.
—Los saqué para hacerte una broma.
—¡Pues no es nada gracioso! Tengo todos mis ingredientes bien planificados, dispongo de muy poco tiempo, ¿y tú vienes con esto? ¡Pues ahora mismo vas a tener que ir a comprar todo lo que sacaste del carrito! Y por favor, no se te ocurra hacerme esta broma otra vez.
Mi respuesta fue inmediata.
—¿Qué más quieres que compre?
Cuando las aguas volvieron a su nivel, hablamos del asunto. Le pedí disculpas y, al reflexionar sobre el “pequeño incidente”, entendí el porqué de su reacción tan explosiva. Lo que la molestó no fue, precisamente, que yo quisiera ahorrar dinero. El significado simbólico que mi esposa le dio a mi actitud (y a actitudes similares del pasado) fue otra: “Mi esposo no confía en mi capacidad para planificar una comida”. “No le importa si quedo mal con nuestros invitados”...
“No confía”. “No le importa”. ¡Peligro en la portería! Cuando estos pensamientos afloran, ¡cuidado! Con toda seguridad funcionarán como corrientes subterráneas que afectarán todo cuanto ocurra en la superficie.
Por lo demás, sobra decir que no se me ha ocurrido hacer la misma gracia.
La punta del iceberg: ¿Qué es lo que no se ve?
En su excelente libro Fighting for your Marriage (En defensa de tu matrimonio), Howard Markman, Scott Stanley y Susan Blumberg, expresan varias preguntas que funcionan a manera de detectores de pólvora, útiles para ubicar esas áreas de su matrimonio en las que, cuando usted menos espera, se produce una explosión.
En su matrimonio…
ü      ¿Se salen fácilmente de control las discusiones sobre asuntos sin importancia?
ü      ¿Evitan hablar de ciertos temas?
ü      ¿Sienten que hay una pared que los separa?
ü      ¿Mantienen un registro de las faltas de cada uno para sacarlas luego a relucir?
Si la respuesta es sí a todas, o a la mayoría de estas preguntas, muy probablemente en su matrimonio hay problemas de fondo que no han sido resueltos. En otras palabras, hay pólvora.
Esto es lo que los estudios han mostrado de manera reiterada durante los últimos cincuenta años. Por ejemplo, en el año 1959 Emily Mudd y Richard Hey, pioneros en el área de la terapia marital, llevaron a cabo un estudio para identificar los factores asociados con la infelicidad conyugal. Al principio de las entrevistas la mayoría de las parejas comenzó mencionando las quejas de siempre: las diferencia de criterios para criar los hijos, el manejo del dinero, los parientes políticos... A medida que el estudio avanzó, pronto se puso en evidencia la verdad del asunto. Independientemente de factores tales como la edad, el nivel socioeconómico, el número de hijos, y otros, las causas reales de la infelicidad estaban vinculadas a su relación de pareja.
Los investigadores identificaron cuatro factores en particular:
• Esposo y esposa se sienten solos con sus problemas, incomprendidos, incapaces de explicar su angustia o de encontrar apoyo en el cónyuge.
• Cada cual se siente rechazado y, como resultado, inseguro.
• Tienen problemas de comunicación. No pueden hablar con confianza sobre sus problemas ni enfrentarlos juntos.
• Han perdido la perspectiva de su relación. Han olvidado lo que una vez los atrajo uno al otro, las cosas que solían disfrutar. Tampoco ven con optimismo su futuro como pareja.
Poco tiempo después de los estudios pioneros de Mudd y Hey, otros dos investigadores, V. D. Matthews y C. S. Mihanovich, presentaron a unos mil hombres y mujeres una lista de los problemas más comunes que las parejas usualmente confrontan. Les pidieron que marcaran los que ellos mismos estaban enfrentando en su matrimonio. ¿Qué encontraron los investigadores?
Los problemas de fondo
En los referidos estudios las parejas infelices señalaron abrumadoramente, en comparación con las felices, problemas tales como:
ü      Mi cónyuge rara vez dice algo que me halague”.
ü      Nos decimos cosas que hieren”.
ü      Mi cónyuge no discierne con facilidad mis sentimientos”.
ü      Mi cónyuge se muestra indiferente hacia mí”.
ü      Deseo más afecto”.
ü      A menudo siento que no soy amado(a)”.
ü      Necesito a alguien a quien confiarle mis problemas”.
ü      No puedo hablar a mi cónyuge”.
De nuevo la pregunta: ¿Cuál es la causa de los problemas en la pareja? ¿Dinero? ¿Sexo? ¿Familiares políticos? ¿Tiempo compartido?... No exactamente. Lo que los estudios revelan es otra cosa: falta de intimidad, de comunicación; soledad, rechazo, indiferencia.
En una palabra, problemas de naturaleza emocional.
El problema de fondo: emocional
Todo lo dicho hasta aquí es verificable. Lo puede comprobar el lector por medio de un recurso que está al alcance de todo ser humano: su propia experiencia. Piense, por ejemplo, en los grandes conflictos que ha tenido en su matrimonio. No piense ahora en culpables. Simplemente trate de llegar hasta el fondo del asunto, sin que la pasión o el orgullo lo saquen de su ruta.
Con toda seguridad va a encontrar que la raíz del problema tiene un fuerte “sesgo” emocional, vinculada al sentido de valor de una persona: usted o su cónyuge. En ese conflicto que ahora viene a su mente ¿se sintió alguien rechazado? ¿Se sintió alguien irrespetado? ¿Fueron ignorados los sentimientos de alguien?
Repitámoslo. Aquí no nos estamos refiriendo a los desacuerdos que son el resultado de gustos, opiniones o criterios diferentes. No. Esas diferencias enriquecen.
La alusión es a la crítica que ataca, la palabra que ofende, la indiferencia que ignora, el gesto que rechaza, la burla que desprecia.
Es cuando miramos este componente emocional del conflicto matrimonial que entendemos por qué las parejas entrevistadas en los estudios citados hablan de soledad, de no sentirse amados o apreciados.

¿Por qué decimos, entonces, que en el fondo, un componente importante de los grandes conflictos es el emocional? Porque el oxígeno sin el cual ningún ser humano puede vivir es su estima propia, el aprecio por su valor como persona. ¿Qué nos queda cuando ese sentido de valía personal es vulnerado o ignorado? Lo que queda es un corazón herido, solitario. Es por esta razón que la tendencia de cada persona es a defender, consciente o inconscientemente, su valía personal. Y es por esta misma razón que, en la más íntima de todas las relaciones humanas —el matrimonio—, marido y mujer estamos constantemente “bailando” la danza del temor. El ejemplo que sigue lo ilustra de manera muy apropiada.
La danza del temor
La siguiente historia es real y la narra Greg Smalley, psicólogo y autor. Cuenta Greg que una noche estaba en su casa solo y aburrido.
Su esposa Erin, una enfermera, estaba de guardia y a él le dio por cambiar la posición del mobiliario del cuarto matrimonial. Eso hizo y, satisfecho por la ocurrencia, se acostó, pensando en lo satisfecha que se sentiría ella al ver la nueva apariencia del cuarto.
Cuando Erin llegó esa noche, ya Greg estaba profundamente dormido. Para no despertarlo, entró de puntillas, con el cuarto a oscuras. No había avanzado mucho cuando se golpeó la espinilla con una mesa que, según su imagen mental del cuarto, no había estado antes allí. Perdió entonces el equilibrio y fue a dar contra un par de esquíes que a su vez golpearon primero el vidrio de un estante con una colección de figurines, y luego dieron en la cabeza de Greg.
El ruido y el golpe hicieron que Greg se despertara creyendo que se trataba de un robo. Con el nivel de adrenalina por todo lo alto, saltó de la cama sin recordar la novedosa distribución que él mismo había diseñado horas antes. El caso es que fue directo hacia una pared contra la cual se golpeó la cara, rompiéndose la nariz.
Cuando encendieron las luces, parecía que por allí había pasado un huracán. Luego siguió la lluvia de  acusaciones. Erin le reclamaba por haber cambiado la posición del mobiliario sin haberla tomado en cuenta. Él, sintiéndose fracasado, se defendía restando importancia a los argumentos de su esposa.
Esta actitud la enfurecía más porque, además de todo el desastre que él había propiciado, ahora estaba dando a entender que las opiniones de ella no eran importantes. La ráfaga de acusaciones continuó por largo rato (¿Recuerda el lector la historia con la que iniciamos este libro? ¿La de aquella pareja que, cuando discutían, uno hacía ping y el otro hacía pong?). Sin darse cuenta estaban “bailando” la danza del temor.
¿En qué consiste la danza del temor? El mismo Greg lo explica en su libro The Marriage You´ve Always Dreamed of (El matrimonio con el cual usted siempre soñó).
Allí menciona que lo ocurrido aquella noche fue solo un episodio de lo que había sido un patrón, algo así como un círculo vicioso, que se repetía en muchas de las discusiones de sus primeros años de casados.
No podían entender por qué esas discusiones terminaban en verdaderas explosiones.
Parecían seguir un guión preestablecido, hasta que... ¡al fin! dieron con la clave para entender el problema. Esa “clave” no solo los ayudó a romper el círculo vicioso en que ellos se encontraban encerrados, sino que los colocó en posición de ayudar a centenares de parejas que a través de los años acudirían al Smalley Marriage Institute en busca de asesoría matrimonial.
¿Cuál fue esa clave? Fue la identificación de ciertos “botones” que, sin que ellos lo supieran, presionaban cada vez que discutían, poniendo en marcha la danza del temor. Greg explica: “Después de haber entrevistado a centenares de parejas, y encuestado a miles de personas, he encontrado que la mayoría de la gente tiene un temor esencial. Cuando alguien presiona ese botón y la persona reacciona de manera negativa, ahí los dos se involucran en una danza destructiva”. Luego añade que su temor básico es fracasar; y el de su esposa, no ser valorada.
En esto no están solos. Un temor básico en las mujeres es no ser tomadas en cuenta, no ser apreciadas,  especialmente por los seres importantes en su vida. En el caso de los hombres, uno de los temores básicos es fracasar; así como también el temor a perder el control sobre sus asuntos importantes. Y, por supuesto, hay otros temores básicos en nosotros los humanos: temor al rechazo, al abandono, al engaño, a no ser amados... De acuerdo a esta información, no resulta difícil ver cómo Greg y Erin pudieron haber resuelto sus diferencias la noche del “huracán”. ¿Se molestó ella porque, específicamente, él redecoró el cuarto matrimonial? La verdad es que a muy pocas esposas les disgustaría tal acción, sobre todo si es espontánea. Por encima de los golpes que recibió, y del disgusto inicial por no haberla tomado en cuenta, la molestaba especialmente que él no le diera valor alguno a sus sentimientos y opiniones. Es decir, su temor básico —no ser valorada— había hecho acto de aparición y él no fue capaz de identificarlo.
Pero Greg también tenía sus razones para sentirse mal. Internamente reconocía que las cosas no habían salido bien, pero ¿no se daba cuenta ella que su motivo al arreglar el cuarto había sido agradarla? Esperaba escuchar palabras de reconocimiento, y a cambio solo había recibido, aparte de los golpes, un vendaval de críticas. Más allá de la nariz rota, y del malestar por el desastre ocasionado, ¿no se daba cuenta ella que lo estaba hiriendo al hacerlo sentir como un fracasado?
Sin lugar a dudas, un auténtico círculo vicioso: cada uno viendo en el otro tanto el problema como la solución. O sea, “Si tú no hubieras hecho...”, “Si tú no hubieras dicho...”, “Si tan solo tú cambiaras...”, “Si tú no...”. Tú, tú, tú...
¿Se da cuenta ahora, estimado lector, el porqué de nuestra insistencia en que, cuando de conflictos conyugales se trata, el problema no siempre es el problema? En este punto alguien podría preguntar “¿Entonces qué esperanza tengo?” ¿Cómo puedo evitar que mi cónyuge active mis botones?” Según Greg Smalley, el problema no radica en los botones, porque siempre han estado con nosotros, ni en quién los presione, sino en la forma como decidimos responder cuando son presionados (ver “Principios básicos de las relaciones personales”).

En los días del noviazgo, o durante los primeros años de matrimonio, nuestros temores básicos estaban ahí, donde siempre han estado. Pero entonces todo era felicidad. Resultaba fácil ignorarlos o justificarlos. Ahora que las aguas del torrente romántico han bajado, ¿qué debemos hacer cuando esos temores básicos sean activados? Este es el tema de nuestro próximo capítulo.
Pero he aquí un adelanto: Aunque no puedes evitar que tu cónyuge presione “tus botones”, sí puedes evitar responder negativamente cuando lo haga. Dicho de otra manera, tu matrimonio será tan feliz o tan miserable como tú permitas que sea.