03. ¿Son buenos o malos los conflictos?

“CUANDO UNA PAREJA viene a mí para que oficie en su boda”, escribe Walter Trobisch, “siempre le pregunto si ya han tenido una buena pelea. Y les aclaro: no un simple desacuerdo; me refiero a una pelea de verdad, verdad. Muchas veces me responden: ‘Oh, no, por favor. Nos queremos mucho para pelear’. Entonces les digo: ‘Peleen primero, y luego me buscan para casarlos’”.
La intención del consejero, por supuesto, no es poner a pelear a la joven pareja; es más bien, determinar si son capaces de reconciliarse y de manejar lo que con razón muchos expertos consideran la prueba de ácido de la vida matrimonial: el manejo del conflicto.
¿Es bueno o malo el conflicto en la vida matrimonial? La función que cumple, ¿es profiláctica o tóxica? La tendencia, casi instintiva, es ver el conflicto como un factor amenazante para la felicidad de la pareja, porque ese es el significado básico que transmite la palabra en sí: lucha, pelea, combate. Pero la palabra conflicto también significa materia de discusión.Visto desde este ángulo, el conflicto cumple la función de poner al descubierto problemas de la vida conyugal que ameritan discusión. Y esto no es malo; todo lo contrario. De hecho, curiosamente, los caracteres que se usan en chino para representar la palabra conflicto son los mismos que se emplean para peligro y oportunidad.
Los conflictos
El conflicto, en sí mismo, no es ni bueno ni malo, simplemente es.Otra cosa muy diferente es cómo la pareja lo maneja, pues dependiendo de cómo lo haga, los conflictos pueden representar un peligro para su bienestar conyugal o una oportunidad para resolver sus problemas y fortalecer sus vínculos matrimoniales.
Uno de los hallazgos más sólidos de muchas investigaciones en el campo de la vida conyugal es que las parejas felizmente casadas son más hábiles que las infelices en el manejo de sus diferencias, desacuerdos y conflictos. Esta realidad es tan marcada, que uno de los indicadores más confiables para diagnosticar la “salud” de un matrimonio es cómo “pelea” dicha pareja. Y si a todo esta mezcla añadimos que no hay manera de evitar los conflictos, entonces conviene prestar mucha atención a cómo “administrar” este aspecto tan sensible de la relación matrimonial.

¿Por qué son inevitables los conflictos en la vida matrimonial?
¿Cuáles son las posibilidades de que usted entre en conflicto con un vecino al que apenas da los buenos días, y eso de vez en cuando? Muy pocas. Pero esas posibilidades aumentan, por ejemplo, con sus compañeros de trabajo. Y se incrementan todavía más con la persona que está más cerca de usted: su cónyuge. En otras palabras, a mayor el grado de cercanía en una relación, mayor es también la posibilidad de roces, y de choques. Y en esto de cercanía, ninguna relación interpersonal supera la matrimonial. Razón tiene Dwight Small cuando dice que el matrimonio es un sistema de tensión y que “la tarea de los esposos consiste en reducir algunas fuerzas, aumentar otras y, en general, buscar un punto de equilibrio dentro del sistema”.

Un sistema de tensión: esto es el matrimonio. Dicho de otra manera, los conflictos en el matrimonio son inevitables, tal como lo indica David Mace en la ilustración de las tres maletas. Cuando un hombre y una mujer se casan cada uno trae al matrimonio su propio equipaje (cultura, principios, hábitos, actitudes, expectativas, gustos…). Al unirlos resultan tres “maletas” o valijas.

Las tres maletas de Juan y María
La primera maleta contiene el equipaje que Juan y María pueden compartir sin dificultad: a los dos les gusta la lectura, la música popular, los parques, la playa, la comida de restaurantes y viajar en barcos. Estos son sus patrones de vida congruentes.
La segunda maleta contiene las diferencias: rasgos de carácter, hábitos y gustos que, aunque no  coinciden, los ayudan a crecer: Juan es un apasionado de los deportes; María, de los juegos de mesa. A Juan le gusta hablar de política; a María, de la moda y de sus artistas favoritos. Juan disfruta al estar solo; María prefiere estar rodeada de mucha gente. Estos son los patrones de vida complementarios.
Aunque se trata de diferencias, son tales que, si las manejan bien, pueden ayudarlos a crecer como individuos y como pareja. Es decir, los pueden enriquecer.
La tercera maleta también contiene diferencias, pero del tipo que generan tensiones: por ejemplo, Juan es un poco desordenado, mientras que María es excesivamente cuidadosa con el arreglo de la casa y de sus pertenencias. Juan es muy poco expresivo en sus afectos, María es muy cariñosa. Juan es muy ahorrativo, María gasta fácilmente el dinero. Estos son los patrones de vida conflictivos. Con toda seguridad, estas diferencias los enfrentará y, a menos que hagan ajustes drásticos en la forma de ser de cada uno, habrá choque de voluntades y también mucha frustración.
¿Conclusión? ¡Cuidado con la tercera maleta! Si algo nos enseña la ilustración anterior es que cada individuo trae a la unión matrimonial una materia prima que hace de su persona lo que es.

Votos matrimoniales
Cuando un hombre decide unir su vida a una mujer, y dice “sí” a los votos matrimoniales, con este hecho está reconociendo al menos dos cosas importantes:
• La primera, está renunciando a todas las demás mujeres.
• La segunda, está aceptando a esa mujer con todo lo que ella es; es decir, con todo su equipaje. Parte de ese equipaje no será del todo agradable para él. Cada vez que La tercera maleta se abra, la posibilidad de choques estará a la orden del día.Y lo mismo, por supuesto, ocurrirá cuando la mujer dice “sí”; no puede casarse solo con la parte agradable de él. Nos casamos con un “paquete completo”.
Probablemente en este punto el lector preguntará: “Y si el conflicto es inevitable en el matrimonio, y si saber manejarlo es tan importante para el bienestar de la pareja, ¿por qué no se advierte a los novios de este asunto? Esta es una buena pregunta, pero cabe también preguntar cuántos quieren escuchar consejos sobre el conflicto conyugal durante el idilio del noviazgo.
Lo otro es que, por muchos consejos que una pareja reciba en este asunto del conflicto, hay que estar casados para poder entender una de las grandes realidades de la vida matrimonial: que el amor no es una llanura, sino una sucesión de cumbres y valles.
La realidad de la vida matrimonial
Los que ya hemos estado casados durante algunos años, hemos podido constatar la verdad de que el amor no es una llanura, sino una sucesión de altos y bajos. En unas ocasiones nos sentimos en la cumbre del amor, casi tocando el cielo; en otras, nos encontramos en el valle de la desilusión y el desconsuelo. En unos momentos estamos dispuestos a dar la vida por nuestro cónyuge, en otros lo quisiéramos borrar del mapa. ¿Cómo podemos explicar estas discrepancias?
La respuesta a estas preguntas se halla en otra pregunta: ¿Pueden existir las cumbres sin los valles?


Cumbres y Valles
John Crosby, en su libro Illusions and Disillusions (Ilusiones y desilusiones), afirma: “Una fuente de descontento en el matrimonio surge cuando comparamos los buenos momentos (las cumbres) con los malos (los valles). Pero la realidad de la vida es esta: si quieres eliminar los valles, tendrás que eliminar también las cumbres [...]. No puede haber cumbres sin valles”
Esta es la pura realidad: no hay cumbres sin valles. No podemos eliminar los unos sin que a la vez desaparezcan también los otros. Lo que sí podemos hacer es tratar de pasar más tiempo en las cumbres y sacar el mayor provecho de esos momentos inevitables en que nos encontremos en los valles.
El conflicto: ¿Deseable o indeseable?
Hasta este punto hemos afirmado lo que el lector puede aceptar sin problema alguno: que los conflictos en el matrimonio son inevitables. Lo que vamos a agregar ahora, en cambio, no es tan fácil aceptar: que el conflicto puede ser bueno para la salud de su matrimonio. Aún más: algunos especialistas en la materia afirman que cierta dosis de conflicto es deseable. ¿Por qué?
Posibles ventajas de los conflictos
en el  matrimonio

1. Los conflictos muestran que a la pareja todavía le preocupa su matrimonio.
 Aunque parezca absurdo, los desacuerdos y los conflictos de alguna manera indican que un matrimonio está vivo. Y que a los cónyuges les preocupa su relación al punto de que a veces pelean para que no muera. Si usted quiere comprobarlo, tome el tiempo para analizar las causas que motivan muchos de sus conflictos. Se dará cuenta que son el resultado de querer cosas buenas para su matrimonio: más tiempo juntos, más cariño o atenciones, más comunicación, más intimidad… Nada de esto es malo. Quizás el problema está en la forma como cada uno quiere alcanzar esos objetivos. O, también, hay otros problemas que se deben resolver primero.
Si, por el contrario, en su matrimonio ni siquiera hay desacuerdos, entonces sí podría haber razones para preocuparse. En algunos matrimonios las cosas han llegado a un nivel tan crítico que los esposos ya ni siquiera pelean. Como dijera un autor, “la apatía representa para el matrimonio un peligro mayor que el conflicto”.
2. Los conflictos advierten del peligro Al igual que las señales de tránsito, o los síntomas, en el caso de las enfermedades, los conflictos matrimoniales indican la presencia de áreas problemáticas, zonas importantes del territorio, que requieren atención. Muchos de los desacuerdos conyugales son como los témpanos de hielo: de ellos solo se ve la punta. El verdadero problema, lo que separa realmente a los esposos, está bajo la superficie. Y es muchas veces gracias a un conflicto que la pareja se percata de la presencia de esas enormes “masas de hielo” en su matrimonio. De este punto hablaremos en detalle más adelante, pues este será el tema del capítulo 4.
3. Los conflictos permiten conocer mejor al cónyuge He aquí una de las funciones más importantes del conflicto matrimonial: permite a los cónyuges conocerse mejor uno al otro. Muchas parejas admiten hoy que no se conocían realmente hasta que estalló entre ellos la primera gran pelea. Fue entonces cuando lo mejor, o lo peor, de cada uno salió a relucir: la capacidad de mantener la calma bajo la provocación, de respetar el punto de vista del otro, de diferir sin ofender, de transmitir aceptación en medio de los desacuerdos. Una conocida escritora expresa esta realidad de la vida conyugal en estas palabras: “Marido y mujer aprenden a conocerse como no podían hacerlo antes de unirse. Este es el período más crítico de su experiencia. La felicidad y la utilidad de toda su vida ulterior dependen de que asuman en ese momento una actitud correcta.
Muchas veces cada uno descubre en el otro flaquezas y defectos que no sospechaba; pero los corazones unidos por el amor notarán también cualidades desconocidas hasta entonces. Procuren todos descubrir las virtudes más bien que los defectos”.
4. Los conflictos son la puerta a la intimidad: Esta función la señala acertadamente Gary Smalley cuando escribe que el manejo adecuado de los conflictos distingue las relaciones superficiales de las profundas. Y para comprobarlo basta que usted recuerde su propia experiencia con quien ahora es su cónyuge. Los serios desacuerdos entre ustedes se produjeron después que la relación se movió del plano superficial a niveles más profundos, no antes. Y fue la resolución adecuada de esos conflictos lo que les permitió seguir avanzando hasta llegar al nivel de intimidad que ahora disfrutan. La figura siguiente ilustra apropiadamente esta realidad.
Note que la misma pared que separa las interacciones superficiales de las íntimas también posee una puerta que brinda acceso a la intimidad. Cada conflicto bien manejado propicia el acceso a una relación cada vez más profunda. Es como entrar por la puerta a la intimidad. Lo contrario también es cierto: cada conflicto mal manejado, no solo impide “entrar por la puerta” de la intimidad; sino que puede causar que choquemos contra la pared.
5. Los conflictos pueden propiciar cambios necesarios Aunque es cierto que muchos enfrentamientos conyugales dejan en su estela amargura y resentimiento, también lo es que, gracias a ellos, muchas parejas han logrado madurar en su relación. La explicación a esta aparente contradicción se halla en el hecho de que cada conflicto señala aspectos de la conducta de cada uno que están causando daño. Y decimos cada uno porque ninguno de los esposos es totalmente culpable de los problemas matrimoniales.
Por esta razón, si al enfrentar esas situaciones difíciles cada cónyuge actúa con madurez, reconociendo su parte de responsabilidad, y haciendo los ajustes necesarios en su conducta, lejos de separarlos, el conflicto los acercará.
Recuerde el lector que todos estos resultados deseables se producen cuando la pareja maneja bien el conflicto. Ya lo dijimos antes: los conflictos pueden ser la pared donde nos estrellemos o la puerta que nos dé acceso a una profunda intimidad. Peligro u oportunidad: eso es el conflicto matrimonial. El resultado, en gran medida, dependerá de los cónyuges y de su actitud al manejar sus diferencias.
La actitud es importante
Todo lo que hemos dicho hasta aquí podría resumirse así:
• Los conflictos en el matrimonio son inevitables.
• El efecto de esos conflictos será el que la pareja permita: mayor amargura o mayor intimidad.
¿Cuál es la actitud adecuada para enfrentar con acierto esas situaciones que en la vida conyugal tienen la propiedad de acercar o alejar? Un ejemplo puede ayudar a ilustrar el punto.
María está acostumbrada a pasar las navidades y el año nuevo con sus padres; y quiere seguir haciéndolo aún después de casada. Juan prefiere que permanezcan en casa, aunque estén ellos solos con sus hijos.
Ella alega que no hay nada de malo en estar con sus parientes en una fecha tan especial. Él responde que ya ellos han formado su propio hogar y deben ir acostumbrándose a la idea de crear su propio ambiente.
¿Qué debe prevalecer: la lealtad hacia la propia familia o la lealtad a la familia paterna? ¿Cómo resolvería usted esta situación? La respuesta ideal, es decir, la que mejor funcione para su matrimonio, dependerá mucho de su actitud ante la situación.
El dilema del prisionero


Las dos principales actitudes que podemos asumir al manejar los conflictos conyugales los ilustra el conocido dilema del prisionero.Tal como lo presenta Stephen Litllejohn.
Dos hombres son arrestados por un crimen. Una vez colocados en celdas separadas, deben decidir si confesar la falta o callar. Tienen varias opciones: Si uno confiesa, pero el otro no, el confesor saldrá en libertad mientras que su amigo quedará en prisión durante veinte años. Si ambos confiesan, los dos recibirán cinco años de cárcel. Si ninguno confiesa, los dos pagarán solo un año de cárcel.
Recordemos que no pueden comunicarse. Esto significa que, además de no poder ponerse de acuerdo, ninguno podrá saber qué ha decidido el otro. ¿Cuál es, entonces, el dilema? Básicamente, es cooperar o competir. Cooperar significa aquí que ambos callen pues es la única opción que les depara un año de prisión. Competir, por el contrario, equivale a confesar: cinco años de cárcel si ambos confiesan, pero veinte años para el que calle. Esta última opción colocaría a uno en la posición de ganador (sale en libertad),y al otro en la de perdedor (veinte años de prisión).
Salta a la vista en la ilustración anterior que la mejor opción para ambos es cooperar, no competir. La actitud de cooperación, no la de competencia, es también la que mejor funciona en el matrimonio a la hora de enfrentar los desacuerdos grandes y pequeños. Y es así porque la cooperación es la actitud propia de los esposos que se ven a sí mismos como miembros de un mismo equipo: o los dos ganan o los dos pierden. No conciben la idea de que uno resulte ganador y el otro perdedor.
¿Cómo trasladaríamos esa actitud al ejemplo de Juan y María? Pues si de cooperación se trata, y de que ambos ganen, quizás convenga alternar el lugar donde pasar las festividades: un año en casa de la familia de ella; otro en la de él; otro en su propio hogar. En cualquier caso, el arreglo debe funcionar para ambos, y debe ser tal que no deje a uno como ganador y al otro como perdedor, como bien apunta Gary Chapman:
“El objetivo en la resolución de conflictos no es eliminar nuestras diferencias; es aprender a trabajar como equipo, usando las diferencias como recurso para hacer que nuestra vida sea más placentera”.
Precisamente aquí radica una de las grandes diferencias entre los conflictos destructivos y los constructivos. En los destructivos al menos uno de los cónyuges se siente insatisfecho, ya que piensa haber perdido algo como resultado del conflicto. En los constructivos, ambos cónyuges participan de las decisiones que los afectan y ambos creen haber ganado con los resultados.
Bien, suficiente por ahora. ¿Cómo resumiríamos el contenido central de este capítulo? Muy sencillamente: Aunque los conflictos pueden ser un peligro para la salud de cualquier matrimonio, también presentan oportunidades para fortalecerlo. Lo que para unas parejas representa una pared donde se estrellan, para otros es una puerta que se abre hacia una intimidad cada vez más profunda y perdurable.
En su matrimonio, ¿qué papel está jugando el conflicto: una puerta o una pared? Pues le diré cuál es la experiencia de las parejas felizmente casadas: para ellos los conflictos proveen oportunidades para el trabajo de equipo. Juntos atacan los problemas que son propios de todo matrimonio y juntos los superan. ¿Cómo lo logran? Específicamente ¿qué hacen, o no hacen, estas parejas para impedir que los desacuerdos y conflictos conyugales socaven las bases de su unión? Este es el tema que ocupará el siguiente capítulo.
Estilos para resolver los conflictos conyugales
¿Puede identificar el suyo?
En su libro, Comprometido: ¿Está listo para amarrarse?, D. Brown afirma que existen, básicamente, cinco estilos para resolver las diferencias matrimoniales.
Evadir: “Sacarle el cuerpo” al problema para ahorrarse el malestar que a veces producen los enfrentamientos.
Competir: Actitud característica de quien ve en el conflicto una contienda en la cual un cónyuge debe prevalecer sobre el otro.
Perder: Estilo que exhiben aquellos que prefieren ceder a las demandas del otro con el fin de mantener la paz en la relación.
Empatar: Esta es la conducta del “negociador” que no está dispuesto a dar a menos que reciba algo a cambio.
Cooperar: Esta es la actitud ideal, pues las partes involucradas en el conflicto intentan comprender la posición del otro y, juntos, buscan la salida que más los beneficie como individuos y como pareja.
El conflicto y la salud de su matrimonio
Para nadie es un secreto que las parejas felizmente casadas son más hábiles que las infelices en el manejo de sus diferencias y conflictos. Pero sorprende a muchos saber que los conflictos, bien manejados, pueden ser de utilidad.
¿Qué funciones positivas cumplen los conflictos en el matrimonio?
1. Producen cambios que fortalezcan la relación conyugal.
2. Muestran que a la pareja todavía le preocupa su matrimonio.
3. Aclaran diferencias que de permanecer desatendidas, pueden derivar en problemas más serios.
4. Contribuyen a que los cónyuges se conozcan mejor.
5. Permiten a la pareja ubicarse en niveles cada vez más profundos de intimidad.
6. Ponen a prueba la capacidad de los esposos para el perdón y la reconciliación.
7. Ayudan a manejar los desafíos de la vida en común.
8. Promueven el crecimiento de la relación conyugal, al probar la habilidad de los esposos para aceptar sus diferencias de opinión.
¿Cómo manejan el conflicto
las parejas infelices?
En opinión de Patricia Noller y Mary Ann Fitzpatrick, las parejas infelices en su matrimonio…
• Pasan más tiempo en situaciones conflictivas, especialmente resolviendo problemas relativos a la comunicación, la vida sexual y la forma de ser de cada uno.
• Se involucran más en conductas negativas, tales como no escuchar cuando el otro habla, airarse cuando hay desacuerdos, acusar al otro y rehuir al conflicto.
• Ante la presencia de situaciones conflictivas, es común que uno de los cónyuges quiera aclarar el problema mientras el otro lo rehúye.
• Tienden a “devolver golpe por golpe”; es decir, intercambian conductas negativas.
En otras palabras, esto es lo que NO se debe hacer.